Caminar en belleza

sobre practicar el vacío



Comienzo este diario en la noche. La Ciudad de México vuelve a estar llena de ruidos aunque la cuarentena todavía debería estar patente. Yo pienso en Remedios Varo, en Leonora, en la calle Bucarelli y en Bolaño, en la San Rafael, en la calle Tabasco, en las casas en las que vivieron los artistas de posguerra. Siempre había pensado más su arte que sus vidas, las casas donde vivirían, cómo sería el caldero en el que Varo y Carrington, las dos amigas, hacían sus pociones y pintaban sus tarots. Me ha costado hasta ahora pensar, vivir, construir el hogar, sin embargo este tiempo ha abierto una brecha deliciosa para pensar todo esto con diferente perspectiva. También pienso que quiero estar aquí. Las nuevas aventuras ya no piden paisajes lejanos. Siento rara, pero maravillosa, esta idea de enraizarme. De inventar, de fundar o amasar, incluso de sacar de la tierra una especie de forma para la vida que pueda amar lo que fui y aceptar en lo que me estoy conviritiendo. 

Camino por la casa cargando mis cuadernos: de sueños, de plantas, de estudio del Tarot, de puro diario. Me siento como Inés en mi jardín del vallle, amando profusamente su memoria en sus cuadernos y el arte que la mantiene viva. 

En cada página 1, un deseo. En este, mantenerme fiel a la intuición, solo actuar después de una pausa. Empiezo a conocer las dimensiones del desborde. Lo dejo suceder para el se limpie el cauce y el paisaje brille. 

Qué raro afirmar esto: ya sé quién soy. Han sido muchos años explorando mi nombre. Crecen de nuevo los sueños. La tierra ya no está vacía. 


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